lunes, 16 de abril de 2012

El vampiro de Dreyer

Dónde iba a encontrar Dreyer aquel espíritu que iba buscando si no era en un pueblo donde las sombras van por un lado y sus dueños por otro. En Vampyr, y en el contexto de un cuentecillo de terror vampírico, parece querer adentrar al espectador en aquellos dominios de la "cuarta y la quinta dimensión" (tiempo y espíritu), como él las llamaba.



En esta película en blanco y negro, semi-muda (hay diálogos, pero reducidos a la mínima expresión; los rótulos explicativos aún aparecen como un vestigio del mudo), Dreyer nos muestra su dominio magistral de la cámara y sus movimientos, para componer una historia de terror de un naturalismo que pocas veces se ha vuelto a repetir (si bien es cierto que éste se va diluyendo conforme nos adentramos en el enigma, surgiendo escenas oníricas y efectos especiales vanguardistas).

Con colaboradores alemanes, las comparaciones con el expresionismo y especialmente con esa obra maestra de Murnau que es Nosferatu no tardan en surgir; pero el director danés lleva el tema a su propio terreno y aunque las influencias son evidentes (otro film suyo, Páginas del libro de Satán, también de tema demoníaco, está inspirado directamente en Intolerancia, de Griffith), el naturalismo de la escuela danesa, el ritmo pausado y el enigma constante ganan a las angulaciones extrañas, las sombras siniestras o los primeros planos estridentes.
Por lo tanto, no hay que esperar sobresaltos, apariciones espectrales sorpresivas o gritos; lo que tendremos son largas escenas, esperas tensas que, junto con la excelente banda sonora, crispan los nervios del espectador, que, atado a las andaduras del protagonista por un edificio oscuro y silencioso, siempre quiere ir más allá, abrir las puertas antes que él e intentar descubrir qué es exactamente lo que sucede en este pueblo dejado de la mano de Dios. Aunque la gracia esté en que jamás lo sabremos del todo.

Los personajes de Dreyer parecen deambular por este mundo rural, entre real ("lo de aquí", la base de la que parte el director para llegar a...) y onírico (..."el más allá", Dios, el espíritu, esa idea de trascendencia que mueve siempre la obra del moderno Dreyer, convencido de que el cine podía llegar a los lugares más elevados del espíritu humano). Y el monstruo parece el habitante natural del lugar: es el protagonista, soñador sin remedio, el que llega no se sabe muy bien cómo hasta el pequeño pueblo en el que siembra el pánico el vampiro. La realidad se adentra en lo fantástico.



Si en otras obras de Dreyer, como La Pasión de Juana de Arco, es formalmente como se intenta adentrarnos en esta dimensión metafísica (primeros planos que aíslan al personaje del mundo para que podamos penetrar en su alma) en este caso el intento es más bien temático: la progresiva entrada en un pueblo neblinoso, situado en el límite de lo racional, donde habita un vampiro.

Y no podemos dejar de olvidar la época en la que se produjo el film: principios de los años treinta. Lo cual nos permite reivindicar a Dreyer como un verdadero adelantado a su época, un auteur muy consecuente con un mensaje que dar y una estética adecuada a este. Más entregado en sus últimos trabajos (Ordet, Gertrud, Dies Irae) a la reflexión metafísica naturalista, en esta obra se permite abordar el mucho más prosaico tema del vampirismo, para ofrecernos un resquicio, una rendija, por la que vislumbrar aquel mundo eterno, espiritual, del que siempre quiso hacernos partícipes este gran director danés. Porque, ¿quién es el ser eterno por excelencia, sino el vampiro?

No hay comentarios:

Publicar un comentario