jueves, 8 de noviembre de 2012

La manzana mecánica

Era martes noche cuando el tipo de mirada perdida, el espécimen autóctono del metro americano, vio   proyectado en la estación de Hunter College un anuncio de la compañía de la manzana.
"La compañía de la manzana ha vendido muchas cosas durante muchos años, y ahora te traemos una nueva. Compra nuestro nuevo producto, que tiene funcionalidades novedosas*" *que se pasarán de moda dentro de tres semanas.
Allí estaba la manzana minimalista y le decía al tipo de mirada perdida, como un oráculo del siglo XXI, como un neón de película steampunk, que comprara su nuevo producto, recién horneado en China, Corea, al final del camino, ese lugar donde es mejor que nadie se asome porque se llevará una sorpresa.

Era viernes tarde cuando el tipo de mirada perdida fue a la tienda de la manzana, situada en pleno centro, para adquirir su producto novedoso. Se celebra en esta tienda una fiesta continua pero aséptica, de paredes blancas y bocas que sonríen. Aquí, los empleados de la manzana te llaman por tu nombre, te recomiendan productos (y música, películas, marca de calzoncillos) y lanzan globos y confeti al aire, en una especie de torbellino del capitalismo, cuando te gastas una cantidad considerable. Como abejas albinas, todos se mueven al unísono por los diversos niveles de la tienda, sonriéndose mutuamente, seguramente siguiendo un código secreto de control que asegura que todo esté listo y limpio en todo momento. Y en los pasadizos de detrás de las paredes, beben agua sin burbujas y consultan sus PDAs, y a veces dejan de lado a alguno que no ha actualizado su sistema operativo a la versión que salió ayer.

El tipo de mirada perdida fue asesorado por cuatro Expertos, dos Junior e incluso un Shopper Assistant Premium. Entre todos, y después de haberse reunido y votado (exceptuando al tipo de mirada perdida), decidieron que el mejor modelo para su cliente favorito (no sentían ningún remordimiento a pesar de que llamaban así a todos sus clientes) era el 4G*, con pantalla retroiluminada, reproductor de audio-vídeo-fotos-diapositivas-sombras chinas y divertidas voces que anunciaban cosas útiles en momentos aleatorios. "Recuerda no dar limosna si no te ofrecen nada a cambio", decía, por ejemplo. Todo era perfecto, pues, el dinero fluía desde el tipo hacia la gran manzana transparente y allá donde mirara encontraba miradas de aprobación.

Pasó entonces una joven realmente atractiva, a lo que uno de los simpáticos empleados dijo: "Madre mía, hoy hay fuego en la casa". Era una expresión verdaderamente extraña, como mal traducida, y el tipo de mirada perdida no se dio cuenta de lo que suponía hasta media hora más tarde, cuando se sobresaltó en medio del vagón de metro. Una señora le preguntó si estaba bien, a lo que él respondió que "los que controlan la tienda de la manzana son personas también. Pensé que estaba todo tan avanzado que ya ponían máquinas". La señora no entendió nada, pensando que el tipo se refería a una frutería muy moderna, y el incidente acabó aquí.

Al día siguiente, las acciones de la manzana cayeron un 78%. Todos los empleados de aquella tienda en particular fueron despedidos, dado que ninguno quiso delatar al que había dicho aquello tan malsonante. Les dieron a todos un libro del fundador de la manzana para que aprendieran a "vivir la vida de forma plena, potente y a gusto con ellos mismos". El presidente de la manzana tuvo que desplazarse desde su humilde casa en Malibú, donde gestionaba la rama asiática del negocio con una vietnamita propensa al uso del trikini, hasta Los Ángeles, donde todos los inversores estaban buscando ya nuevas y frescas empresas, que dependieran más de robots inhumanos y menos de personas.

El presidente de la manzana les calmó diciendo que estaban trabajando en lo de los robots, y que habían despedido a todos los empleados de la tienda en cuestión. Les prometió que en unos diez años todos los asalariados de la manzana, menos él y un pequeño grupo selecto, serían robots tan bien hechos que serían indistinguibles de las personas. Con algo de suerte, podrían empezar a introducir también clientes-robot. En cualquier caso, los robots eran el futuro. Los inversores accedieron y se marcharon.

Todo este asunto sucedió alrededor de 2002.



domingo, 16 de septiembre de 2012

Midnight in Paris: memorabilia.

Los setentones españoles aprovechan el Imserso y se marchan a Ávila, a Salamanca, a Toledo, quizás a Madrid si se sienten con ánimos. El setentón Woody Allen aprovecha su buena acogida en Europa para marcharse a Londres, a Barcelona, a Roma, a París... El cineasta norteamericano, verdadero amante del viejo continente aparte de persona extremadamente culta, ha rendido pues sus particulares homenajes a diversas ciudades europeas, mezclando los valores culturales, históricos y literarios que le transmiten (no diremos que es un mero turista, como muchos le han reprochado de Midnight in Paris) con su ya de sobra conocido por todos estilo (el abismo de las relaciones amorosas, las tensiones de enfrentarse al día a día, la visión irónica del mundo...). Le han salido así filmes como Match Point, Scoop o Cassandra's Dream (trilogía londinense que, mezclando la tragedia griega con cierto sentimiento shakesperiano muy inglés, se acerca verdaderamente bien a lo trágico de las relaciones humanas cotidianas), Vicky Cristina Barcelona (al que se le puede acusar de postal, cierto, pero que también parece relacionarse con cierta idea de lo latino, lo violento y el amor salvaje, con esas extrañas relaciones entre Bardem, Cruz y Johansson) o To Rome With Love, rodado en la ciudad del mismo nombre y que aún no sabemos si seguirá o no nuestra teoría.

Pero con París no sucede algo distinto: si Londres era tragedia shakesperiana, París es añoranza romántica. Porque la Ciudad de la Luz hacía años que no aparecía tan nostálgica de un pasado glorioso, que en esta especie de mezcla literaria que nos ofrece Allen, poblada de esos pintores, escritores y músicos de los Roaring Twenties a los que todo el mundo hace referencia cuando dice eso de que "París es la ciudad de los artistas". Y es necesaria esta operación melancólica, porque, siendo sinceros, hoy en día, en un mundo tan veloz, tecnocrático y burocratizado, a nada se le puede calificar como "de los artistas".


Y precisamente la tragedia de Owen Wilson (que no es mas que, no hace ni falta decirlo, una nueva transmutación del propio Allen, con sus inseguridades pero también con su lucidez) comienza cuando descubre esta verdad: que no es más que un guionista más al servicio de la industria-Hollywood que se va a casar con una mujer sin habérselo pensado mucho, tirando sus aspiraciones literarias-románticas por la borda. Porque a él lo que le habría gustado es vivir en el París mítico y codearse con sus grandes figuras, mientras su futura mujer le lleva a tiendas llenas de ropa pero vacías de magia y se empeña en ir a los lugares más turísticos y refugiarse en el hotel cuando llueve.

Wilson huirá de este París de Mcdonalds para acabar en esa época de ensueño, revelándose Allen como un niño pequeño en una tienda de golosinas: un Scott Fitzgerald, un Hemingway, un Picasso, un Dalí, un Buñuel... todos sus ídolos artísticos van desfilando en esta especie de carrusel, viaje en el tiempo equiparable a esa pantalla rota de la similar La rosa púrpura del Cairo. Wilson llegará a esta nueva realidad tras negarse a volver en coche al hotel y querer andar un rato, reivindicando Allen el paseo tranquilo, la verdadera comprensión de las cosas junto a la luz de unas velas, frente a la realidad veloz y quizás demasiado iluminada en la que vivimos. Se enfrentan en Midnight in Paris el pasado romántico y el presente ilustrado.

¿Quién gana? Sorprendentemente, ninguno de los dos. Gracias a que acaba dando un paso más, descubriendo el verdadero mecanismo de lo que está sucediendo, Wilson entiende que demasiado romanticismo es peligroso. Que vivir en el pasado es imposible, que tenemos el presente aunque esté nublado. Pero no nos engañemos, no se trata de conformismo: la mayor lección de la película es que "cualquier tiempo pasado fue mejor" se ha pensado siempre, incluso cuando el tiempo presente era maravilloso. Que la operación nostálgica la tenían también Dalí y Picasso, en definitiva, que nuestro presente, visto desde un futuro, puede (y seguramente sea) una época verdaderamente maravillosa. Y un mensaje así no lo transmiten con esta sencillez y a la vez genialidad muchos directores. Porque Allen nos ha cerrado la boca: quizás hoy no podamos llamar a nada "de los artistas", pero que tenemos artistas igual de brillantes (o más) que en cualquier otra época es algo que tampoco debemos olvidar nunca.

miércoles, 13 de junio de 2012

Post

Me dices
-te dicen las revistas de mujeres-
que lo mejor para que te olvide
es que tire tus cosas.

Que las rompa, destroce, lance por la ventana,
Queme, reviente, haga pedazos,
De de comer a los perros,
las envuelva en odio y las lance lejos.

Yo puedo lanzar tus perfumes por la ventana
- con cuidado de no darle al vecino-
puedo convertir tus joyas en simples reflejos
puedo vender los cuadros que pintabas (a buen precio).

Lo que no puedo es cargarme el sol
del amanecer que vimos juntos
Ni puedo arrasar esa playa
donde una vez hicimos el amor

Tampoco puedo arrancarme el cerebro de cuajo
ni olvidar cuando me querías y toda esa mierda
Ni puedo hacer desaparecer las ciudades, carreteras, lugares, valles, bosques, llanuras y campos
que pensé que recorreríamos algún día.

Me dices que lo mejor es que tire tus cosas
pero es que tus cosas son demasiadas
Me digo que lo mejor es que me tire yo por la ventana
Total, por algo quise vivir en un noveno

http://www.youtube.com/watch?v=LGeKBJRof5o

jueves, 19 de abril de 2012

Unas notas sobre el pollo

Tengo que comprar un pollo urgentemente, pero la cola es muy larga y avanza muy lento. Hay ciertas señoras mayores y ciertos señores con bigote, a los que parece que les ofende que alguien de menos de cincuenta años tenga los huevos de entrar en una pollería. Se ve que es un territorio de conversación futbolística o fregotística, "pues ayer menudo robo el árbitro en el partido de bla contra blabla", "yo uso blablablás para limpiar entre los azulejos y oye, como en el anuncio aquel del calvo con el pendiente".

Me pregunto si estas señoras se animan sexualmente cuando piensan en un señor calvo de dos metros, que por alguna extraña razón se ha puesto un sólo pendiente y va a sus casas a limpiar y adiós muy buenas. Debe de ser una de sus fantasías recurrentes, ya que llego a la conclusión de que sus maridos están demasiado ocupados quejándose de los árbitros para limpiar los azulejos, y no digamos ya para llevarlas a la cama. Pero este es un tema desagradable y potencialmente peligroso, porque empezaré a reírme entre dientes y todos se girarán, verán que soy joven y me empezarán a preguntar que por qué uso tanto el móvil si los jóvenes ya no tenemos amigos, y otros temas relacionados.

La mujer de la cabecera de la cola, a la que he bautizado como "mujer de pelo naranja 1", se queja de la calidad de la carne que le han cortado. Supongo que si le diesen un machete se iría a la granja a cortar filetes directamente desde las vacas. Parece una buena idea de negocio, así que la apunto en una pequeña libreta de diseño moderno (veinte euros me costó el diseño, porque está hecha de putopapel) que me compré un día que intentaba hacerme el interesante delante de las modernas de la Filmoteca. Pero entonces apareció un tío con el pelo increíblemente afro y se marcharon con él; yo por ahí no paso.
En cualquier caso, mi intención inicial era ir apuntando mis brillantes ideas, pero a día de hoy sólo tiene tres páginas utilizadas: en una dibujé a mi novia de forma obscena, cosa que hizo que se enfadara y dejase de hablarme tres días; y en las otras dos hay diversos diseños, a cada cual más exacto, de gente con un culo en la cara. Quién sabe si esto se revalorizará algún día.

Mujer de pelo naranja 1 (de ahora en adelante, MPN1) ahora discute con Mujer de pelo grisáceo 1 (MPG1). Un "señor que parece muy educado" (SPME) entra al trapo y les dice algo sobre el "bingo". Las señoras se ríen de forma escandalosa. MPN1 aún no ha pagado, y a la mujer del mostrador parece no importarle que haya montado una tertulia en la cabecera de la cola. Intervienen ahora una "mujer de pelo naranja 2" (MPN2) y, cómo no, otra "mujer de pelo grisáceo 2" (MPG2). SPME no puede creérselo, está rojo, hace años que no tiene tantas mujeres a su alrededor. MPN1 y MPN2 parecen discutir, se tocan el pelo, supongo que es una lucha final sobre cuál de sus pelos es más ridículo y impropio de su edad. MPG2 se dedica a tocar el género que hay sobre el mostrador; me pregunto si al llegar a casa se lavará las manos o seguirá el resto del día con olor a vacuno.
En cualquier caso, MPN1 parece que está pagando; MPG1 sonríe porque sabe que es la siguiente, pero MPG2 no parece estar de acuerdo. MPN1 se aparta del mostrador, SPME la sigue con la mirada y se gira hacia otro SPME, al que parece decirle que "la crisis no la arregla ni Mendieta". La cola avanza un poco.

Ayer discutí con mi novia, pero la voy a compensar cocinándole un pollo. Me gustan las pollerías de barrio, son clásicas y no huelen a agua estancada, como la del Mercadona. Pero a mi novia le parece ridículo que siempre compre la carne en esta pollería, como anacrónico o algo así. Ella estudia filología, conoce un montón de palabras con las que puede destruirte sin que te des cuenta.
El caso es que ayer me dijo "mañana sobre las siete pásate por mi casa, tengo una sorpresa para ti" La sorpresa es que me va a pedir matrimonio, hace unos días encontré el anillo; como cuando de pequeño encuentras los regalos de Reyes en un armario, y en menos que canta un gallo ya estás de botellón y drogándote y eres la vergüenza del barrio.
Siguiendo con mi novia, entonces le dije "es que sobre esa hora es cuando tienen el mejor género en la pollería de la esquina". Y su furia se desató, dijo que si "me pusiesen un pollo por cerebro no habría ninguna diferencia", y se fue dando un portazo. Pero el problema tampoco era el pollo; creo que ella sabe que yo sé que me va a pedir que me case con ella, y le da miedo que le diga que no. Le diré que sí, porque la quiero mucho, pero mi pollo es mi pollo. Pero eso ella no lo comprende.

Ya empiezo a ver el mostrador, empiezo a distinguir los rasgos de la señora gorda que siempre me atiende. Es curioso porque la pollería sólo tiene una empleada, que es la señora gorda. Y ella sola es capaz de doblegar el huracán de fuerzas seniles que recibe todos los días. Así es como se sale de la crisis. Vendiendo pollo.

Y por fin llego a la cabecera de la cola. Las señoras mayores y los señores con bigote parecen reunirse a mi alrededor, han comprendido que no soy el enemigo, en cualquier momento van a cantar un salmo, me van a aceptar en su grupo de gente aleatoria de pollería. Y eso me da mucho miedo, súbitamente.
Es decir, yo no soy como ellos. Yo soy joven, aún no estoy casado, no hablo de fútbol ni de Don Limpio. Son ellos los aburridos, los que van a comprar a la pollería de la esquina... ¿no? Bueno, pero aquí estoy. Supongo que tengo un nuevo "complejo de pollo", una "pollolitis", necesito un pollo, "ser o no ser, ese es el pollo..."

Esta terrible relevación pollotística me sume en un estado de confusión que no me deja ver bien el pollo que me ofrecen, no me deja ver bien cómo saco la cartera y pago un pollo de tres kilos y medio, no me deja ver bien cómo la señora lo envuelve y me lo entrega definitivamente, mi pollo, el pollo que va a salvar mi relación y va a sentar las bases de mi matrimonio. Si bien es cierto que a veces me pongo un poco pesado con el pollo, tengo que ver el Canal Cocina por si se animan a hacer una receta con pollo, me compro la revista oficial del pollo. Ya no sé ni lo que pienso.

A la salida, un señor con bigote me aborda. Tengo miedo de que todo haya sido una trampa, de que los señores y las señoras cierren filas alrededor mio y MPN1 me de el tiro de gracia. Sin embargo, lo que me dice es "Tomás, otra vez por aquí, hay que ver cuánto te gusta la pollería, jeje". Le miro con una expresión alucinada y el pobre hombre no sabe qué cara poner.

Tiro el pollo en el contenedor que hay al doblar la esquina. Sin motivo aparente, echo a correr hacia la casa de mi novia. Me parece que hoy no cocinaré pollo. Ni en mucho tiempo.




lunes, 16 de abril de 2012

El Drácula de Coppola

Parece olvidarse, muy frecuentemente, que en realidad la primera película que dirigió Coppola fue un engendro llamado Dementia 13, que bebiendo de la serie B más pura (producción del mítico Roger Corman) narraba un extraño precursor del slasher. Luego el buen hombre se centró en cosas como El Padrino o Apocalypse Now, adoptando un tono mucho más elevado.

Viene a cuento mencionar los orígenes terroríficos de Coppola porque creemos poseen una de las claves de comprensión de su versión del mito del vampiro. Así, claramente inspirado por las películas de terror gótico de la Hammer o el personal cromatismo de Bava, pero con un impulso narrativo y visual absolutamente desbordado (no hay absolutamente ningún parecido con el modelo clásico de El Padrino, por ejemplo) el director nos ofrece uno de los films más visualmente impresionantes que hemos podido ver nunca. Aunque esta exhuberancia signifique exageración, exacerbación del cromatismo, un ritmo vertiginoso y recursos visuales que pueden llegar a poner nervioso al espectador (no podemos dejar de mencionar que el presupuesto era escaso y Coppola tuvo que aplicar su inventiva al máximo), creemos que todo tiene una justificación clara.



Y aquí se encuentra el meollo de la cuestión: intentando ser lo más fiel posible al Drácula original, a la novela de Bram Stoker, Coppola nos ofrece un banquete erótico-festivo que jamás le esperaríamos al director de Apocalypse Now: hay sangre, como es evidente, pero ligada a esta se encuentra el asunto del sexo.
Entendiendo esta indisoluble unión sangre-deseo sexual se comprende el tono tan lujurioso que adquiere el film: Drácula, después de cientos de años en su castillo, desata un caos sangriento-sexual por las calles de Londres, como no podía ser de otra forma. Especialmente ilustrativo de esta unión entre sangre y sexo, entre dolor y placer, es el personaje de Lucy, una joven "de virtud" que recibirá su merecido vampírico-sifilítico (no por nada en la película se menciona esta enfermedad) por ir cada noche con un hombre, a manos de la bestia Drácula.

Pero el film no es sólo sexo (ni tampoco es sólo la cara pálida e inexpresiva de un pésimo Keanu Reeves, el único actor del que podemos tener queja), sino que el amor verdadero juega un papel mucho más trascendente; por eso el conde le dice a la reencarnación de su amada, aquella por la que se convirtió en vampiro, que "ha atravesado océanos de tiempo para encontrarla". Porque, al final, el protagonista es Drácula y su búsqueda apasionada de su amada impregna todo el film, a todos los personajes, que caen bajo su maligna influencia.

Así pues, Coppola monta en su Drácula un verdadero circo audiovisual, que a algunos puede incomodar por su estética exacerbada y colorista, con su montaje veloz y sus decorados siniestramente opulentos, incluso con algunas cortinillas que, seamos sinceros, no sirven absolutamente de nada. Por no mencionar el vestuario, que a nosotros nos gusta mucho pero que entendemos que pueda provocar más de una carcajada, con ese conde Drácula de pelo en dos partes. Pero el director es uno de los superdotados de la imagen y acaba ofreciéndonos una gran, enorme, obra consecuente consigo mismo y que, aún siendo fiel a la novela original, nos demuestra que el mal tenía una explicación: el amor, la mayor de las pasiones, que es capaz de volver a la gente inmortal.

El vampiro de Dreyer

Dónde iba a encontrar Dreyer aquel espíritu que iba buscando si no era en un pueblo donde las sombras van por un lado y sus dueños por otro. En Vampyr, y en el contexto de un cuentecillo de terror vampírico, parece querer adentrar al espectador en aquellos dominios de la "cuarta y la quinta dimensión" (tiempo y espíritu), como él las llamaba.



En esta película en blanco y negro, semi-muda (hay diálogos, pero reducidos a la mínima expresión; los rótulos explicativos aún aparecen como un vestigio del mudo), Dreyer nos muestra su dominio magistral de la cámara y sus movimientos, para componer una historia de terror de un naturalismo que pocas veces se ha vuelto a repetir (si bien es cierto que éste se va diluyendo conforme nos adentramos en el enigma, surgiendo escenas oníricas y efectos especiales vanguardistas).

Con colaboradores alemanes, las comparaciones con el expresionismo y especialmente con esa obra maestra de Murnau que es Nosferatu no tardan en surgir; pero el director danés lleva el tema a su propio terreno y aunque las influencias son evidentes (otro film suyo, Páginas del libro de Satán, también de tema demoníaco, está inspirado directamente en Intolerancia, de Griffith), el naturalismo de la escuela danesa, el ritmo pausado y el enigma constante ganan a las angulaciones extrañas, las sombras siniestras o los primeros planos estridentes.
Por lo tanto, no hay que esperar sobresaltos, apariciones espectrales sorpresivas o gritos; lo que tendremos son largas escenas, esperas tensas que, junto con la excelente banda sonora, crispan los nervios del espectador, que, atado a las andaduras del protagonista por un edificio oscuro y silencioso, siempre quiere ir más allá, abrir las puertas antes que él e intentar descubrir qué es exactamente lo que sucede en este pueblo dejado de la mano de Dios. Aunque la gracia esté en que jamás lo sabremos del todo.

Los personajes de Dreyer parecen deambular por este mundo rural, entre real ("lo de aquí", la base de la que parte el director para llegar a...) y onírico (..."el más allá", Dios, el espíritu, esa idea de trascendencia que mueve siempre la obra del moderno Dreyer, convencido de que el cine podía llegar a los lugares más elevados del espíritu humano). Y el monstruo parece el habitante natural del lugar: es el protagonista, soñador sin remedio, el que llega no se sabe muy bien cómo hasta el pequeño pueblo en el que siembra el pánico el vampiro. La realidad se adentra en lo fantástico.



Si en otras obras de Dreyer, como La Pasión de Juana de Arco, es formalmente como se intenta adentrarnos en esta dimensión metafísica (primeros planos que aíslan al personaje del mundo para que podamos penetrar en su alma) en este caso el intento es más bien temático: la progresiva entrada en un pueblo neblinoso, situado en el límite de lo racional, donde habita un vampiro.

Y no podemos dejar de olvidar la época en la que se produjo el film: principios de los años treinta. Lo cual nos permite reivindicar a Dreyer como un verdadero adelantado a su época, un auteur muy consecuente con un mensaje que dar y una estética adecuada a este. Más entregado en sus últimos trabajos (Ordet, Gertrud, Dies Irae) a la reflexión metafísica naturalista, en esta obra se permite abordar el mucho más prosaico tema del vampirismo, para ofrecernos un resquicio, una rendija, por la que vislumbrar aquel mundo eterno, espiritual, del que siempre quiso hacernos partícipes este gran director danés. Porque, ¿quién es el ser eterno por excelencia, sino el vampiro?

El almuerzo desnudo

Para empezar, no caeremos en el tópico de enumerar todas las cosas raras que suceden en esta película; entendemos que entonces se le quedará para siempre el estereotipo de "fumada de Cronenberg" y no se sabrá apreciar el discurso que en realidad construye el film. Desde luego, suceden muchas cosas raras, e incluso visualmente desagradables, pero estamos ante un director raro y desagradable que en esta ocasión nos ofrece una alternativa a su forma habitual de enfocar el problema de "la nueva carne".



¿Y qué es la nueva carne? Esencialmente, una especie de unión entre el cuerpo humano y la máquina, una comunión con la tecnología. Películas como La Mosca o Videodrome, de entre las más relevantes dentro de la primera etapa del director, muestran este concepto con algunos efectos especiales inolvidables, a los cuales remitimos para entender en qué consiste Cronenberg. En otro orden de cosas, los guiones de todos estos films los escribía el propio director, como es evidente según lo que hemos ido diciendo; Cronenberg posee un discurso muy concreto que traslada al espectador a través del terror, el asco, la compasión o directamente la imagen vomitiva.

Como ya hemos apuntado, el caso de El almuerzo desnudo es distinto; para empezar, se trata de una pseudo-adaptación de una novela del norteamericano William S. Burroughs. Decimos pseudo porque es tan extraña y complicada de adaptar que ya algún otro director había desistido en el intento; Cronenberg, en vez de adaptarla directamente, decidió combinarla con fragmentos de otras obras de Burroughs y también con extractos de la vida del propio autor. Surge, así, una película que reflexiona acerca del escritor, sus metas, su papel en la sociedad, sus miedos. Pero con el toque Cronenberg.

Entrando en materia (aunque preferiríamos no desvelar qué es "exactamente" lo que sucede en el film, ya que creemos que hay que ver para creer/entender), el protagonista es un escritor que se coloca con polvo de matar bichos, asesina a su mujer y acaba en una especie de lugar exótico en el norte de África, donde conoce a ciertos personajes que le abrirán (aún más) la mente. Si este planteamiento os ha atraído, adelante, seguid leyendo. Pero si creéis que es inverosímil, extraño o directamente absurdo o una broma, desde luego no estáis en sintonía con la extraña propuesta de Cronenberg.
Porque el film se toma muy en serio a sí mismo: la cadena de hechos extraños, desagradables, a veces inconexos, que suceden, se muestran de forma neutra y casi naturalista. Un extraño engendro alienígena, una máquina de escribir-bicho-culo que habla (?)... todo ello está iluminado de forma natural y se muestra como algo terrestre, no alucinatorio (en comunión con el resto de la obra de Cronenberg, en realidad). Por lo tanto, el personaje alucina pero no vemos cómo alucina, no vemos espirales, ni escenas oníricas, ni distorsiones de la imagen o el sonido. Las cosas raras van sucediendo en un contexto absolutamente naturalista, lo cual acentúa el extrañamiento.

Si en otros films del director el núcleo narrativo consiste en la historia de un hombre que se fusiona con la tecnología, en este parece ir un paso más allá: se introduce directamente en la mente de este hombre, las fusiones se producen en un contexto de alucinación/imaginación. Quizás de aquí el interés de Cronenberg por adaptar la novela, poder mostrar visualmente las terribles mutaciones que Burroughs proponía en ella. El director nos pone frente a ellas, con una cámara completamente invisible (como es normal en él) y nos propone un viaje al interior de la mente del escritor, con paradas en la teoría de la conspiración, las sexualidades ocultas pero latentes, el machismo, la lucha en la sombra entre grandes corporaciones y gobiernos, el uso de drogas... y quién sabe si, en realidad, todo lo que vemos no es más que fruto de una sesión alucinatoria del propio Cronenberg.