martes, 21 de febrero de 2012

Shame, o la rutina del sexo


A raíz de esta técnicamente impecable película le viene a uno a la cabeza aquello de la estrecha relación entre Eros y Tánatos, entre sexo y muerte: el protagonista hipersexual de Shame no se acuesta con cientos de mujeres en vistas al futuro, a la vida, sino impelido por una enfermedad que le convierte casi en un muerto en vida. Fassbender, que últimamente parece copar el protagonismo de todas esas películas medio "artsy", de raíz europea, como la que nos ocupa (pensemos en el drama, también sexual, de Cronenberg, Un Método Peligroso) y algunas otras un poco más comerciales, borda el papel de un adicto al sexo al que la llegada de su hermana a casa le trastoca la vida. Recordando en momentos al maníaco Bale de American Psycho ( especialmente esa empresa tan aséptica que esconde ordenadores repletos de porno y ese jefe-colega tan odioso y falso), el protagonista decide tirar por el camino del sexo en vez de por el de la violencia. Su rutina sexual, en un principio posible sueño (húmedo) de muchos hombres, se nos muestra, eso, rutinaria: sólo la aparición de nuevas y especiales mujeres (su hermana, la misteriosa mujer del metro, la compañera de la empresa), que parecen querer significar algo más que un nuevo polvo, podrá cambiarla ligeramente.
Aunque al final todo parezca volver al principio; nos debatimos entre entender al protagonista (su adicción es, al fin y al cabo, una enfermedad incontrolable) y odiarlo, especialmente por ese BRUTAL tramo final en el que descarga todas las tensiones que había ido acumulando durante el resto del metraje, yendo a buscar el sexo a lugares tan insospechados como artificiosos: un trío que en una película puramente porno excitaría a casi todo el mundo, aquí se convierte en una especie de cruel cuadro clásico, enmarcado por encuadres muy cerrados y colores cálidos que parecen remitir al salvajismo y posterior culpabilidad del protagonista.
McQueen, proveniente de los circuitos del más reconocido videoarte y que ya colaboró con Fassbender en su Hunger (inédita en los cines españoles) convierte la acción en una serie de planos para enmarcar, junto con algunos travellings y planos secuencia arriesgados (como el que sigue al protagonista por las calles de Nueva York, posible heredero de la huida hacia ningún lado de Antoine Duanel); y hace muy interesante una historia en general bastante sencilla y poco rompedora (hay escenas de sexo, sí, pero ésto hace tiempo que se lleva tratando de forma medio normal), con una Carey Mulligan cada vez con más registros (muy recomendada en Drive y que en esta película interpreta una genial versión del "New York, New York" de Sinatra) pero cuyo personaje al final parece servir sólo de excusa para esa especie de trama de intento de redención que protagoniza Fassbender, para el cual el verdadero placer sexual hace tiempo que dejó de existir.
Y queda en el aire ese misterio que implicó al protagonista y a su hermana hace años, y que parece presentarse como el origen de todos los males que sufren durante la película ("No somos gente mala, venimos de un sitio malo" dice el personaje de Mulligan);  la película parece querer decirnos que los adictos sexuales no nacen, sino que se hacen, y además durante la infancia. Cada uno que saque sus propias conclusiones.