A
la hora de efectuar un análisis más o menos pormenorizado de un género
cinematográfico, especialmente enclavándolo en una época, en un momento
histórico determinado, y teniendo en cuenta las relaciones que se establecen
entre ambos, es evidente que uno de los primeros pasos a ejecutar es un intento
de acotación (ya sea formal, ya sea temática) del género a estudiar. Aunque
esto en muchos casos no presenta mucha dificultad, sí la hay cuando tenemos que
hablar sobre el género negro. De hecho, los teóricos no parecen ponerse de
acuerdo y se proponen diversas características, movimientos, orígenes y
evoluciones, según la obra que consultemos. El por qué de esta indefinición
podemos empezar a rastrearlo ya en la simiente del género: en los referentes de
los que bebe el cine negro. Sin embargo, también nos darán una serie de rasgos
que permitirán una definición aceptable.
Lo que sí que podemos decir es que el género se desarrollará fundamentalmente en Estados Unidos (con imitaciones en otros países), razón por la cual se enclavará dentro de la industria hollywoodiense y dentro de ella será donde se desarrolle. ¿Por qué el cine negro aparece en este país, y no en cualquier otro?
Lo que sí que podemos decir es que el género se desarrollará fundamentalmente en Estados Unidos (con imitaciones en otros países), razón por la cual se enclavará dentro de la industria hollywoodiense y dentro de ella será donde se desarrolle. ¿Por qué el cine negro aparece en este país, y no en cualquier otro?
Durante
los felices años veinte, Hollywood no paró de crecer: la Primera Guerra Mundial
había convertido a Estados Unidos en el país más rico del mundo, lo cual se
tradujo en más dinero para las industrias, los bancos, el entretenimiento; un
aumento del nivel de vida (desde luego, no generalizable a todas las capas
sociales), una cierta despreocupación a la hora de afrontar la existencia, y,
sobre todo, más tiempo libre para las masas, que acudían al cine a ver a los
grandes actores del “Star System”, verdaderos dioses superiores a los simples
mortales. Los engranajes de Hollywood ya comenzaban a funcionar, primero de
forma muda y ya a finales de la década iniciándose el cine sonoro. Los estudios
producían más y más películas (ochocientas al año), mezclando peripecias y
sentimentalismo, que les aseguraban grandes recaudaciones. Si algún director
(como, por ejemplo, Von Stroheim) empezaba a hacer cosas demasiado
particulares, pronto dejaba de trabajar para los “Majors”. La instauración en
1930 del código Hays, que prohibía en pantallas el contenido sexual, moralmente
reprobable y, en general, todo aquel que fuera contra la moral puritana
tradicional norteamericana, depuró aún más cualquier contenido “sospechoso” en
las películas, lo que agudizará el ingenio de los guionistas y directores.
La
influencia de Hollywood en cinematografías de otras partes del mundo,
básicamente en Europa, se dejó sentir cuando directores que empezaron a
despuntar en países del antiguo continente empezaron a marcharse a California,
contratados por los diversos estudios. A finales de los veinte y a lo largo de
los treinta, directores alemanes como Murnau o Lang (este último huyendo del
incipiente régimen nazi) y operadores como Karl Freund comenzaron a trabajar en
Hollywood, llevando consigo ciertas influencias expresionistas, especialmente
en cuanto a luces y sombras, angulaciones de cámara y esquemas de planificación.
La estética del cine negro, sus claroscuros, sus calles nocturnas con farolas
de gas, sus planos generadores de tensión, surgirá, en gran parte, de esta
influencia. Como dicen Coma y Latorre, estos directores se encontraban ante “una importante contradicción: la capacidad
para afrontar la realidad criminológica en base a una postura crítica o
humanista ante la sociedad de su tiempo y lugar; y la dificultad de desarrollar
las argumentaciones pertinentes, por cuanto los Estudios se encontraban presos
del capital y un código de censura. Esto dio como resultado un lenguaje
elíptico y simbólico con el que, vía cripticismo o ambigüedad, la expresividad
amplió sus horizontes”(12). Vamos viendo también algunas de las características
que tendrá el género: cierto expresionismo formal, tema criminal, comentario
social, lenguaje simbólico y, sobre todo, ambigüedad. Esta, entendida como que
bajo cualquier acto o personaje se esconde otro que no podemos ver, pero que
intuimos (y esto nos crea una gran tensión) será tan importante que “probablemente el rasgo definitivo que
caracteriza el cine negro sea una visión dual de lo real, una metafísica que
establece un fuerte dualismo entre la visión conformista del individuo y la sociedad
y una indagación más profunda que pone de relieve la corrupción policial, la
pasión amorosa ciega, el enloquecimiento de las masas, la sed de poder, los
mecanismos del subconsciente… todos los cuales tienen en común una fatalidad
destructora y necrófila (13)”. Esta sutileza será, en gran parte, la que
dificulte una buena definición del género, como veremos luego.
Así
pues, los realizadores alemanes emigrados a Hollywood, especialmente Fritz
Lang, jugarán un papel importante en los inicios del negro. Pero también habrá
otra fuente, una autóctona: la que dotará de guiones a las películas. Hablamos
de la novela negra norteamericana, cultivada en los años veinte y treinta por
autores como Hammett, Burnett, McCoy, Trail o Cain, que posteriormente serán
los guionistas de adaptaciones cinematográficas de sus obras. Estas novelas,
organizadas en torno a dos categorías básicas (“hard boiled”, historias
criminales protagonizadas por detectives que se enfrentaban a los gángsters con
métodos poco ortodoxos y “crook story”, con protagonismo de los delincuentes)
tenían bastante éxito y entre sus características se encontraban muchas de las
que heredaría el género negro, como los diálogos cortantes y ácidos, una visión
pesimista del mundo, protagonistas con ambigüedad moral, temática criminal ya
sea desde el lado de los buenos o del de los malos…
Combinando,
pues, las temáticas delictivas adaptadas de las historias negras
estadounidenses con las características formales heredadas del expresionismo
alemán, tendremos algo que ya podemos definir como género negro. Hay que
destacar también que los guiones muchas veces se basaron en hechos reales
aparecidos en la prensa: el negro fue un género apegado a su época y, como
hemos mencionado, miró de forma crítica a la sociedad en la que se desarrolló,
aunque siempre intentando evitar la censura.
De
la ambigüedad que antes comentábamos parte la dificultad para acotar el género
negro, ya que, como dicen Heredero y Santamarina, “Desprovisto del suelo firme de las certezas, el cine negro camina
sobre la inseguridad y sobre la realidad oscura que refleja […] La ambivalencia
moral, la complejidad contradictoria de situaciones y personajes, la turbiedad
de los móviles… son elementos generadores de este malestar específico.
Semejante polimorfismo se convierte en dispersión iconográfica. Dicha
heterogeneidad distancia a este amplio bloque de películas de la homogeneidad
icónica o ritual, que son los mínimos factores exigibles para establecer la
pertinencia genérica.(27)” La imposibilidad del género de concretar, el
terreno entre claro y oscuro en el que se mueve siempre, permite que muchas
películas, pertenezcan o no al cine negro, puedan ser enclavadas dentro de esta
tendencia. Porque más que una temática concreta, el género tratará una forma de
ver el mundo, que se podrá extender a otros géneros y difuminará sus barreras.
Así
pues, e intentando definir ya el género y sus características, negro no será
sólo historias de detectives o gángsters, sino aquel que hablará del crimen o
la violencia de una sociedad concreta (la estadounidense) de una forma
ideológica y estética particular. Algunos rasgos que nos irán dejando sus
manifestaciones, compartidos con las novelas que dieron lugar a ellas, son:
representación de un mundo criminal, relaciones pasionales de amor-odio,
personajes estereotipados (el detective, el gángster, el jefe de policía, la
“femme-fatale”, los matones…), un comentario pesimista sobre la sociedad,
historias dramáticas con gran importancia de la muerte y la violencia, personajes
al margen de la ley o con problemas morales profundos, espacio contemporáneo y
urbano, influencia expresionista, diálogos cínicos y cortantes… Su ambigüedad,
característica particular, se traducirá de distintas formas: fotografía (luces o sombras), personajes
(verdugos o víctimas), el resultado de la trama (muerte o liberación), espacios
(campo o ciudad), ética (legal o ilegal)…(15). En general, y aunque haya
muchas ramificaciones, podemos decir que el tema esencial será el del hombre
(ya sea detective, criminal o una persona normal, escasas veces una mujer)
enfrentado/inmerso en un mundo criminal que opera de forma más o menos clara, y
las consecuencias que esto tendrá para su vida o su forma de ser.
Por
lo dicho acerca de las fuentes de las que bebe y el periodo durante el cual se
desarrollan estas, no cuesta colocar los inicios del cine negro a finales de
los años veinte. En los treinta tendrán éxito las historias de gángsters y a
finales de la década las protagonizadas por las fuerzas de la ley. En los cuarenta
surgen con fuerza las historias de detectives (las identificadas normalmente
con “género negro clásico”), que se mezclan con las de psicología criminal. Los
cincuenta verán la disolución gradual del género hacia otras parcelas y podemos
decir que desaparece en 1958. Será un género bastante apoyado por los grandes
estudios, especialmente la Paramount y la Warner, que se fijarán en los
beneficios económicos que les reporte y no en el posible mensaje crítico subterráneo
que pueda transmitir. Curiosamente, y seguramente una razón más de su
indefinición, el negro no será tomado como un género independiente en este
momento: sólo cuando algunos films lleguen a Francia, años más tarde, se
adoptará la expresión “film noir” para definirlo.
A pesar de la influencia expresionista,
el negro será bastante clásico en la forma en un principio y sus mayores logros
se darán dentro de este lenguaje, como ya veremos, aunque haya teóricos como
Sánchez Noriega que sostienen que “la
dualidad en la que se mueve el género negro, la tensión que genera poniendo al
espectador en un estado de inseguridad continua, rompe las bases clasicistas
dejando de lado la transparencia.”
El
presente trabajo tratará de analizar cómo van cambiando los rasgos definitorios
de este género tan indefinido a lo largo del periodo clásico del cine de
Hollywood, gracias a influencias históricas, sociales o de evolución del propio
lenguaje cinematográfico. Para ello, se apoya en una serie de películas
representativas, que servirán para ejemplificar cómo el cine negro va
evolucionando a lo largo de las tres décadas en las que se desarrolló.
Hemos
comentado ya la importancia que tuvo el expresionismo alemán para el cine
negro. Este movimiento, que tuvo como máximos representantes a Wiene, Murnau o
el propio Lang, se desarrolló a finales de los diez y durante los veinte en una
Alemania de entreguerras, destrozada y temerosa por la progresiva ascensión de
un poder autoritario. Con el apoyo de la UFA (apoyo que fue volviéndose
interesado a medida que ascendía el nazismo) se realizaron grandes películas
expresionistas, como El gabinete del doctor Caligari (1920), Nosferatu
(1922), Metrópolis (1927)… El expresionismo evolucionó desde un
hermetismo crispado y tenso hacia un modelo mucho más narrativo y transparente,
influenciado sin duda por el cine estadounidense. Un ejemplo claro de este
modelo, mezclando una trama muy entretenida con evidentes referentes
expresionistas, lo supone M (1931), de Lang. Además, como hemos
comentado ya, posteriormente el director se instalará en Hollywood y seguirá
haciendo cine negro. La película adelanta muchos de los rasgos característicos
del cine negro: el juego de sombras (como cuando se nos muestra sólo la sombra
del asesino), luces y claroscuros en la iluminación, un tema criminal situado
en un contexto urbano sórdido y nocturno, la organización de la trama alrededor
de una investigación policial… Resulta curioso, eso sí, que enseguida se nos
muestre al asesino: lo importante no parece ser descubrir quién es, sino lo que
pasará cuando los personajes lo descubran ellos mismos. Esto es interesante en
la medida en la que constituye una especie de forma primitiva de la famosa
narración en primera persona del cine negro: por ejemplo, en la posterior Double
Indemnity, desde el principio sabemos que el culpable es el protagonista
porque él mismo nos lo dice y va narrando los hechos hasta el crimen. Aquí
sucede lo mismo: nosotros sabemos quién es el asesino, pero la policía no.
El
sonido acababa de ser inventado unos seis años antes, y M lo usa de
forma particular: sólo funciona cuando permite hablar a los personajes o cuando
tenemos que oír el silbido de Peter Lorre, que es lo que le descubre al final:
algo que en el cine mudo, teniendo que imaginárselo, no tendría el mismo efecto
dramático. Por el contrario, en las escenas en las que nadie tiene que decir
nada el sonido directamente se desactiva, como pasaba en muchas otras películas
de la época (la misma The Jazz Singer, de 1927).
Algo
que tampoco podría admitirse en Estados Unidos es la representación que se hace
de las fuerzas del orden: sin saber qué hacer para descubrir al asesino, no
paran de equivocarse y la responsabilidad de cazarlo recae sobre el mundo del
crimen. Los criminales serán los que consigan atrapar al asesino de niños, y le
juzgarán en una escena extraña y muy expresionista, en la que una muchedumbre
escondida en un sótano condena a Lorre a morir. Aunque al final la policía le
rescate, que los ciudadanos se tomasen la justicia por su cuenta no era algo
aceptado en Hollywood.
Algo
que sí que era aceptado en Hollywood eran las historias de denuncia del crimen:
Scarface (1932), de Hawks, es una historia de puro entretenimiento
protagonizada únicamente por gángsters, que se disfraza de “documento de
denuncia dirigido al gobierno”. Dado que parecía ensalzarse la vida rápida,
intensa y emocionante de los jefes del crimen, la censura empezó a fijarse en
este tipo de películas, y el director decidió colocar un letrero al principio
avisando de que el film iba completamente en contra de la mafia. Muchas otras
películas de la década, basadas en artículos de periódico y vidas reales de
gángsters, se vieron obligadas a hacer lo mismo.
Más
allá de los problemas con la censura, Scarface constituye una gran
muestra del cine de gángsters (germen del cine negro clásico) y es una de las
que inaugura sus códigos. La escena en la que una sombra se encarga de liquidar
a un jefe mafioso, se parece a la ya comentada escena inicial de M. El
inicio de la película, con un plano de una farola que hace un travelling hacia
abajo y entra en un local, también es muy expresionista. El sonido también fue
utilizado selectivamente en este caso, ya que no hay banda sonora y en su lugar
se han cuidado mucho los disparos de ametralladora, los neumáticos que chirrían,
las puertas que se abren y cierran, el sonido de los motores… sí que hay un
número musical al piano, típico en el momento, que veremos en otras películas
como The Big Sleep.
El
cine de gángsters perderá fuelle a medida que la censura lo controla y el
policíaco (policías heroicos que jamás necesitarían ayuda de los criminales) va
ganando terreno. Volverá a surgir a finales de los cuarenta, con películas que
inciden más en la psicología del mafioso, como White Heat (1949).
Volviendo a los treinta, por lo general el cine será optimista y servirá para evadirse, y por ello triunfarán las historias de gángsters emocionantes y llenas de acción. Sin embargo, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el pesimismo empezará a extenderse y surgirá el llamado cine negro clásico, que se desarrollará principalmente durante los cuarenta. Ahora pesarán preocupaciones y reflexiones profundas sobre la vida, el cine se volverá más oscuro y psicológico, los héroes volverán de la guerra traumatizados y heridos, sin poder seguir luchando contra el mal. Directores tan dispares como Wyler o Chaplin reflejarán este pesimismo y esta necesidad de buscar nuevos valores que sustituyan a los que han caducado en películas como Los mejores años de nuestras vidas (1946) o Monsieur Verdoux (1947), por ejemplo.
Este ambiente oscuro, pesimista y ambiguo con respecto a la existencia será un caldo de cultivo perfecto para el género negro, que como ya hemos dicho encontrará su lugar en el clasicismo y producirá sus mejores obras, éxitos de crítica y público.
Volviendo a los treinta, por lo general el cine será optimista y servirá para evadirse, y por ello triunfarán las historias de gángsters emocionantes y llenas de acción. Sin embargo, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el pesimismo empezará a extenderse y surgirá el llamado cine negro clásico, que se desarrollará principalmente durante los cuarenta. Ahora pesarán preocupaciones y reflexiones profundas sobre la vida, el cine se volverá más oscuro y psicológico, los héroes volverán de la guerra traumatizados y heridos, sin poder seguir luchando contra el mal. Directores tan dispares como Wyler o Chaplin reflejarán este pesimismo y esta necesidad de buscar nuevos valores que sustituyan a los que han caducado en películas como Los mejores años de nuestras vidas (1946) o Monsieur Verdoux (1947), por ejemplo.
Este ambiente oscuro, pesimista y ambiguo con respecto a la existencia será un caldo de cultivo perfecto para el género negro, que como ya hemos dicho encontrará su lugar en el clasicismo y producirá sus mejores obras, éxitos de crítica y público.
Iniciamos
el recorrido por las películas negras clásicas de Hollywood con The Maltese
Falcon (1941) de Huston, que establece muchos de los códigos que el género
usará a lo largo de la década. Humphrey Bogart interpreta a un detective cínico,
que no muestra ningún tipo de sentimiento hacia los demás: investiga por él, no
por la dama que va a pedirle ayuda (que, dicho sea de paso, es una de las
primeras femme fatale del género, ya
que engaña continuamente a todos los personajes para salirse con la suya), y
finalmente la entregará a la policía al saber que es culpable, en vez de dotar
a la película del final feliz tan común en el Hollywood clásico. Formalmente,
eso sí, The Maltese Falcon se encuentra inmersa en el clasicismo:
economía del lenguaje, transparencia absoluta, presentación de los
protagonistas en los primeros minutos de metraje… todo ello mezclado con la
idiosincrasia propia del negro, que empieza a adquirir su propia voz. Así, hay
cierta ambigüedad que preside toda la película, y el juego ya comentado entre
verdad y mentira es muy importante: todos mienten para conseguir una joya
mítica que, al final, ni siquiera es la de verdad, como una especie del famoso
McGuffin de Hitchcock.
En
la película, siempre es de noche y casi todo sucede en interiores: ambientes en
los que se moverán muchos otros personajes del género, detectives en especial. La
policía inquisidora que obstaculiza el trabajo de Bogart es también otra
constante del género: en la similar The Big Sleep sucederá algo muy parecido,
aunque los años pasados entre una y otra se notarán.
La
película de Hawks, estrenada en 1947, es considerada uno de los arquetipos del
cine negro clásico: los personajes típicos aparecen en todo su esplendor (el
detective, la femme fatale, los gángsters y sus secuaces, la policía…) en un
film que, curiosamente, narra todo de forma muy clásica pero no consigue que
entendamos ni la mitad de lo que sucede. De hecho, ni los propios guionistas
entendían la confusa y veloz trama, en la que unos matan a otros en un abrir y
cerrar de ojos y todos están conectados de alguna manera. Da la impresión de
que, si The Maltese Falcon contaba una historia comprensible pero
inmersa en el negro, aquí entender la historia es mucho menos importante y lo
que se busca es transmitir un ambiente, unas sensaciones, una manera de ser de
los personajes, cosa que sí que se consigue a la perfección. El detective de
Bogart (un actor que desarrolla su carrera casi exclusivamente en este género),
con ese extraño sex-appeal que hace que todas las mujeres vayan detrás de él (y
sin embargo, no es ni mucho menos un personaje heroico ni galante); Lauren
Bacall como la femme fatale que
vuelve a confundirlo… Los diálogos son como piezas de relojería que encajan
perfectamente unos con otros y con el momento: se trata de un guión de hierro,
cada una de las palabras que dicen los personajes tiene un sentido o
explicativo o de generación de ambigüedad: el uso del lenguaje clásico de forma
que permita crear dobles sentidos y connote elementos amorales o sexuales sirve
para luchar contra la censura y además es algo muy propio del género.
El
cine negro sigue prefiriendo los ambientes nocturnos y los claroscuros
engañosos del blanco y negro (Double Indemnity, unos años antes, había
descubierto el efecto de las persianas venecianas sobre los personajes: crear
franjas claras y oscuras sobre ellos, cosa que tuvo gran utilidad) y se
plantean conductas criminales y amorales (el chantajista, el que trafica con
pornografía en su tienda de libros, el mafioso dueño de un casino, la hermana
pequeña ninfómana a la que todos están salvando siempre, el padre anciano en
silla de ruedas que odia a sus propias hijas…). De The Big Sleep se ha
dicho que “jamás el género negro irá tan
lejos en la descripción de un universo cínico, sensual y feroz”,
probablemente porque, una vez nos hemos perdido en la trama, sólo podremos
fijarnos en las terribles conductas de todos y cada uno de los personajes, y en
el ambiente oscuro y sórdido en el que se mueven.
Tanto
The Maltese Falcon como The Big Sleep beben del “hard boiled” y
de sus detectives cínicos. Si hemos dicho que la película de Huston narra de
forma contenida una trama eminentemente negra y crea sin darse cuenta una
codificación, y la de Hawks parece inmersa en esa codificación y se preocupa
menos por la trama, de Double Indemnity podría decirse que traslada el
ambiente criminal e irreal de ambas al mundo de las personas normales: el
protagonista ya no es un detective, sino un agente de seguros que se ve
envuelto en un asesinato por culpa de una mujer, evidentemente, una femme fatale.
Double
Indemnity (1944) añade a
los rasgos ya descubiertos por The Maltese Falcon muchos otros, que se
repetirán en el género: las ya comentadas persianas venecianas, la voz en off
que va narrando la historia (a la que Wilder le dará una vuelta de tuerca en su
Sunset Boulevard) y subjetiva la trama, inicia la tendencia de situar a
gente normal en ambientes criminales y peligrosos (normalmente, por propia
voluntad)… Se incide mucho en explicar por qué un hombre de la calle puede
llegar a cometer crímenes (a esto ayuda la voz en off), cosa que antes no se
hacía: los gángsters no necesitaban una excusa, los cometían porque si, y los
detectives nunca llegaban a cruzar la barrera de la ley del todo. Se entreve
aquí la preocupación del momento (1944) por explicar por qué el mundo se había
vuelto tan amoral: ahora cualquiera podía ser un criminal, después de la
terrible guerra.
Formalmente,
la película es completamente clásica y lo único que importa es que el
espectador capte de forma completa la historia que se narra; los recursos del
negro serán esencialmente visuales: el inicio de la narración tiene lugar en un
día radiante, mientras que se va oscureciendo a medida que avanza (cosa que
sucede también con los interiores); las acciones amorales tienen lugar siempre
de noche; la luz que reciben los personajes siempre es muy contrastada… Con
respecto a esta iluminación propia del género negro, dicen Heredero y
Santamarina que “se asienta sobre tres
operaciones: el incremento de la luz principal, la retirada progresiva de la
luz de relleno con el fin de remarcar las sombras creadas por la primera y el
refuerzo del contraluz en sentido idéntico (259)”. Esta iluminación tan
exagerada no la encontrábamos en Scarface, por ejemplo: es algo propio
del negro a partir de los cuarenta, estrictamente, y hará que el poco realismo
que tenía el cine de gángsters desaparezca, a favor de una estilización muy
codificada influida, como ya dijimos, por el expresionismo. En definitiva, las
tres películas de Huston, Wilder y Hawks establecerán un código definitivo para
el negro que funcionará correctamente hasta finales de los cuarenta, y que se
identifica con los rasgos ya comentados en la introducción.
Pero antes de
hablar del inicio del fin de este código, es interesante mencionar una película
que tratará muy especialmente el ambiente posbélico en el que estará inmerso
Estados Unidos en este momento. De hecho, ninguna de las tres películas
clásicas mencionadas se atreverá a mencionar la guerra o sus consecuencias:
serán ficciones de evasión, no reflexiones sobre la contienda o sus resultados
en la población estadounidense.
La
película de la que hablábamos es Key Largo, dirigida por Huston en el
48. Presenta una serie de novedades que la diferencian de las ya comentadas:
para empezar, la acción se sitúa en una isla tropical, y no en ambientes
urbanos. Bogart, veterano de la Segunda Guerra Mundial, llega a Cayo Largo para
visitar al padre de un compañero, muerto en el frente. El guión y los
personajes están, pues, inmersos en el clima de pesimismo imperante aquellos
años: Bogart, antiguamente un héroe, ya no quiere seguir luchando y lo hará
sólo para sobrevivir, cuando unos gángsters lo secuestren. El padre de su
compañero es, curiosamente, veterano de la Primera Guerra Mundial; la reflexión
sobre la necesidad o no de contiendas y sus consecuencias está muy presente. La
presencia de nativos de la isla, que son maltratados y acusados de asesinato
injustamente, también plantea el asunto del odio racial, tema escasísimo en el
Hollywood clásico.
La
escena en la que Bogart le cuenta al padre de su compañero y a su viuda (Lauren
Bacall) lo bueno que era su compañero, parece calcada de aquella que aparece en
Broken Lullaby (1932), de Lubitsch (en aquel caso, tras la Primera
Guerra Mundial), en la que un soldado se inventa que era amigo del difunto,
cuando en realidad fue el quien lo mató. El retrato del hijo muerto está
presente en ambas, de espaldas al veterano pero de cara a nosotros. Además, los
personajes son exactamente los mismos. Pero en aquella el protagonista mentía
para salvarse, y en esta Bogart miente para ensalzar a su compañero muerto, que
probablemente no fue tan héroe como les hace creer a su padre y viuda. Esta
especie de autoconciencia, rara por aquel entonces, está presente también en el
villano de la película: un gángster ya venido a menos, que parece una caricatura
de aquellos criminales titánicos de películas como Scarface; le acompaña
una mujer que recuerda enseguida a una femme
fatale acabada, que intenta hacer un número musical como los de antes pero
sólo recibe insultos. Todos estas antiguas glorias parecen simbolizar a aquella
América feliz de los años treinta, de antes de la contienda.
El
personaje de Bogart, si bien no querrá enfrentarse a los gángsters en un
principio, harto de luchar, presenta cierta grandeza moral de la que carecían
los detectives que hemos mencionado. Parece que aquellos se podían permitir ser
más cínicos que nadie, pero después de vivir los horrores de la guerra, eso se
les ha quedado corto. Como si hubiesen entendido que el mundo real es mucho más
terrible que sus pequeñas ficciones.
El
juego de luces, sombras y decorados continúa siendo muy importante: la película
se inicia con planos muy abiertos y soleados, de extensiones acuáticas; una vez
en el hotel, se desata una tormenta que oscurece la película y nos obliga a
permanecer encerrados en un espacio casi claustrofóbico; los gángsters se
llevan a Bogart en un barco que navega entre brumas, y cuando este consigue
escapar y volver al hotel, la luz del sol se hace presente de nuevo.
Así
pues, el cine negro empieza a tantear nuevos terrenos más críticos y
autoconscientes con Key Largo, lo que será muy importante en las
películas que veremos a continuación. Ya sea argumentalmente, ya sea
formalmente, los cineastas harán cosas innovadoras con el género, siguiendo la
tendencia general del cine de finales de los cuarenta y de los cincuenta a
buscar nuevas (o antiguas, pero modificadas) formas de expresión, una vez se ha
agotado el modo clásico de representación.
Dos
películas representan muy bien el cambio que el cine de Hollywood va a afrontar
en los cincuenta, adelantándose a él: se trata de Sunset Boulevard (Wilder,
1950) y The Lady from Shangai (Welles, 1947). La primera presenta
novedades temáticas, un guión impensable sólo diez años antes; la segunda
presenta novedades formales, en la línea de renovación del lenguaje
cinematográfico que practicará su director.
En
Sunset Boulevard hay una autoconciencia y un interés por explorar el
metalenguaje totalmente novedosos (desde los tiempos de Keaton, no muchos se
habían atrevido a ironizar con la meca del cine). Los protagonistas son una
galería de viejas glorias, guionistas frustrados, directores venidos a menos,
gente que confía en que triunfará en Hollywood pero acaba chocando contra un
muro. Aquí ya hay crítica: se nos presenta Hollywood no como un paraíso, sino
como un lugar de éxitos pasajeros que olvida a sus estrellas en cuanto ya no le
sirven y maltrata a sus guionistas.
Pero
la película no se queda aquí: la referencia a personajes, estudios y hechos
reales es constante también, y se le añade el hecho de que la antigua estrella
y su mayordomo son verdaderas viejas glorias (Gloria Swanson y su antiguo director, Von Stroheim) que
se reúnen con otras, como Keaton. Aparecen diversos estudios, como Paramount,
la Fox… Cecil B. DeMille también actúa, haciendo de sí mismo, hay menciones a
John Gilbert, Greta Garbo, Rodolfo Valentino, Mack Sennet, Charles Chaplin… Este
gran componente de realidad conocida por todos acerca la película a la parodia
pura y dura, aunque siempre desde la ambigüedad y la elegancia. El entierro de
un mono mascota, un baile de Nochevieja para dos personas, la locura final de
Gloria Swanson bajando las escaleras… el film parece una representación
esperpéntica del final de la época dorada de Hollywood. Incluso se permite
burlarse directamente del lenguaje romántico clásico, cuando, puesto en boca de
los dos guionistas, se vuelve ridículo.
Aunque
su carácter trágico la acerque al melodrama, la película posee muchos elementos
del género negro: la voz en off que anticipa la muerte del protagonista, los
decorados cuidados y opresivos, el predominio de la noche sobre el día a medida
que todo se vuelve más siniestro, la importancia de las sombras para resaltar
el dramatismo de los personajes y las situaciones, la luz a través de las
ventanas… Formalmente, sigue los cánones del clasicismo (su director fue uno de
los grandes clásicos), excepto cuando se permite un barroco plano bajo el agua,
que anticipa nuevas formas.
En
definitiva, la película supone una crítica hacia los claroscuros de Hollywood y
posee una autoconciencia muy compleja que pone en evidencia muchos de los
tópicos del cine clásico, pero siempre desde dentro de él. Como hemos dicho,
este planteamiento sería impensable unos pocos años antes, cuando el clasicismo
funcionaba perfectamente y la autocrítica no existía en Hollywood. Ahora, en un
mundo del que desconfiar, la industria podrá mirar al pasado y reconocer sus
propios errores, el tema del cine dentro del cine (tan común en los años
cincuenta, agotado el clasicismo) podrá surgir y ser aceptado por los estudios.
El género negro se usa así para
articular un discurso, más o menos evidente, como pocas veces se había hecho. Sin
embargo, será otro quien lo haga empezar a liberarse ya formalmente del clasicismo:
el innovador Orson Welles, en su The Lady From Shangai.
Hemos
dicho que el género negro, aún con la ambigüedad y las influencias
expresionistas que posee, no llega a romper con las formas clásicas: posee la
transparencia, la economía, la trama presentada de forma lógica o al menos
comprensible… Welles interviene en estos aspectos formales, dinamitando la
representación clásica: la planificación es muy veloz y fragmentada,
presentando los hechos desde la perspectiva del director y no simplemente
narrándolos; usa mucho los primeros planos que den dramatismo y generen
tensión; coloca extrañas transiciones y fundidos (casi toda la película se
estructura mediante fundidos); incluye una escena de juicio completamente
surrealista, en la que todo el mundo parece tomarse las cosas a risa (recuerda
a aquella que aparecía en M); sitúa la cámara en contrapicado (cosa que
exagerará en Touch of Evil y que ya sorprendió en su opera prima Citizen
Kane)…
La
película juega incluso con la temporalidad, incluyendo tiempos muertos: el juez
jugando al ajedrez mientras espera al jurado es una escena que no aporta
absolutamente nada, sólo alarga la acción. Esto nos remite a películas del
neorrealismo italiano que más que narrar una historia buscaban echar un vistazo
a la condición humana y a nuestra existencia, donde hay muchos tiempos muertos
(por ejemplo, Umberto D., rodada en 1952 por Vittorio de Sica), y se
aleja del Hollywood clásico.
La
famosa escena en la casa de locos parece resumir muchas de los movimientos que
el cine mundial había explorado y Hollywood no tocaba apenas: extrañas
angulaciones que recuerdan al surrealismo, fondos y sobreimpresiones más
propias del realismo poético francés… El protagonista avanza por una verdadera
casa de locos, donde la influencia del expresionismo se hace más patente que
nunca y los planos confusos nos marean, sin intentar explicarnos nada. Finalmente, el tiroteo entre espejos
hace que los personajes se multipliquen y no sepamos dónde está cada uno, quién
dispara a quién: no se está mostrando de forma clara unos hechos, se está
creando una atmósfera de confusión a partir de modificar el lenguaje clásico.
Este tema de los espejos que confunden será muy explotado por el manierismo de
los cincuenta, siempre buscando nuevas formas de expresión cinematográfica.
En
la escena de los espejos, incluso la cámara se quiebra: la transparencia
desaparece para dar paso a la presencia del director, del que maneja la cámara.
Se nos muestra que todo es una ficción pasada a través de un objetivo. Los
movimientos europeos que perseguían un nuevo tipo de realismo parecen estar muy
relacionados con estos procedimientos, como ya hemos comentado, ya que Welles
había pasado un tiempo en Europa.
La
trama en sí es bastante simple y clásica, quizás exceptuando el final, cuando
el protagonista deja morir a la mujer a la que quería al enterarse de que era
una femme fatale, una persona sin
moral. No la entrega a la policía para que al menos pueda vivir, como hizo
Bogart; simplemente se marcha, sabiendo que la chica va a morir por su culpa. Es
aún más frío y realista que los detectives cínicos de los cuarenta.
Así
pues, ya a principios de los cincuenta el negro habrá explorado nuevos terrenos
temáticos y formales, en consonancia con muchos otros géneros que buscaban una
forma de renovarse. A lo largo de la década la representación clásica irá
quedando caduca, los directores empezarán a desprenderse de ella dado que ya no
da mas de sí; se exagerarán los elementos clásicos o se buscarán nuevos. El
género negro seguirá este camino, e irá poco a poco mezclándose con otros
géneros, entregando obras extrañas y manieristas, difuminándose la estricta
codificación que tuvo en los cuarenta.
Y
tuvo que ser el enfant terrible de Hollywood, Orson Welles, el que acabase con
el género negro tal y como se entendió durante treinta años. Su Touch of
Evil (1958), obra que lleva el barroquismo y la subjetividad propios de
Welles a extremos insospechados (ha llegado a considerarse como la película
barroca por excelencia), finiquita la codificación del negro al jugar
completamente con ella y además abre el género a nuevas propuestas de tal
manera que acabará desapareciendo como tal. Tras Touch of Evil, los
espectadores ya no podrán tomarse tan en serio las historias del género negro,
una vez Welles pone en evidencia que nunca fueron verdad.
La
película va de un protagonista a otro: del ético agente Vargas, un verdadero
héroe de la ley que llega hasta el final para descubrir al criminal, sea como
sea; pasando por su esposa (¿podríamos imaginarnos a algún detective de Bogart
o gángster felizmente casado?), que es secuestrada y maltratada
psicológicamente (las extrañas escenas en el hotel en medio del desierto, con
el guarda con problemas mentales y los rateros acechando, son ambiguas y casi
poéticas, una poesía muy inquietante); y acabando en el propio Welles, el
detective Quinlan, un policía moralmente corrupto que falsifica pruebas para
encarcelar a todo aquel que su intuición le diga que es el culpable, en
venganza por el asesinato sin resolver de su esposa. Personajes extraños, esperpénticos,
crepusculares, criaturas nocturnas (de hecho, las escenas a la luz del día
escasean en Touch of Evil) que parecen haber perdido el rumbo moral, por
unas razones u otras. Se les suman otros arquetipos ya caducos, como el
gángster que resulta hasta ridículo y al que la vida real acaba viniéndole
grande, el fiel compañero detective que sigue ciegamente a su superior sin
saber sus fechorías y que al final resulta mortalmente golpeado por la verdad,
la propietaria (la ya mayor Marlene Dietrich) de un club venido a menos, que
tuvo sentido en otra época pero ahora ya no… La película parece un réquiem por
aquellos buenos tiempos en los que los gángsters eran los malos y los policías
eran héroes: resulta que la realidad es mucho más compleja.
Welles
continúa con sus innovaciones vanguardistas y sus extrañas planificaciones:
contrapicados que hacen al enorme Quinlan aún más intimidante, un plano
secuencia complicadísimo que ha pasado a la historia del cine (y que sirve para
mostrar inmediatamente el extraño lugar donde va a suceder la película, la
frontera entre México y Estados Unidos), zooms exagerados que generan tensión,
travellings complejos y subjetivos (como el que sigue a Vargas mientras corre
hacia un coche en llamas, justo al comenzar la película)… Escenas como la de la
muerte del gángster Grandi, donde los primeros planos y las angulaciones de
cámara abundan y exageran la realidad, o aquella en la que Vargas va siguiendo
a Quinlan por descampados, oyéndole a través de un micrófono (el sonido
ambiente desaparece y sólo resuenan las voces desnudas, mientras la cámara se
mueve de formas completamente antinaturales y modernas) son ejemplos del juego
que la película hace con el lenguaje clásico, mostrando que ya va quedando atrás.
Pero,
al fin y al cabo, es una película del género negro: hay crimen, ciudades
oscuras, maleantes, asesinatos que son investigados. Las sombras, aquí muy
exageradas, también juegan un papel importante, al aumentar la ambigüedad. La
música, tan usada en otras propuestas del género para marcar los momentos de
tensión (especialmente en aquellas películas de Hitchcock que se acercan al cine
negro) se convierte aquí en un acompañamiento de fondo continuo, tocado en
algún lugar callejero que nunca llegamos a ver, aumentando la sensación de
realidad.
Touch
of Evil, además de cine negro, es mucho más (cosa que caracterizará a las
películas a partir de este momento, que se empiezan a olvidar de los géneros):
es realismo social, al mostrar la dura vida en la frontera mexicana; es
psicología y psicoanálisis, al enfrentar a la mujer de Vargas a una tensión que
tarda mucho en manifestarse materialmente pero que siempre está ahí, en su
cabeza; es comedia e ironía, al convertir al gángster en un pobre hombre que
acaba asesinado por el supuesto policía; es vanguardia, con escenas como la de
la escucha en el descampado o el plano secuencia inicial… Pero, en definitiva,
es una de las primeras muestras de una nueva forma de hacer cine, no
constreñida dentro de estrictas clasificaciones genéricas, que tanto valor
poseerá cuando se inicie la modernidad cinematográfica.
El
cine negro, como muchos otros géneros, escribió su historia a la vez que se
escribía la historia real, la social, la económica, la cinematográfica, de un
país tan complejo como Estados Unidos. Con su ambigüedad como rasgo
característico, y aplicándola para poder luchar contra la censura puritana,
supo plasmar mejor que ningún género el estado de incertidumbre vital y de
extrañamiento al que se vieron abocadas muchas personas a medida que avanzaba
el siglo XX. Ya fuese desde un gángster desvergonzado al que se admiraba porque
su vida era frenética e inhumana, desde detectives cínicos que resolvían sus
casos sólo para poder seguir viviendo, pasando por personas normales
transferidas a un mundo criminal y desconocido, en el que no hay que confiar en
nadie, por veteranos de guerra desencantados de la vida, grandes divas del
Hollywood clásico que se dan cuenta de que los tiempos cambian y se vuelven
locas, femmes fatales cada vez más reales y menos estereotipadas o, en
definitiva, ese policía que una vez consiguió detener a todos los malos tipos
de los que hemos hablado pero que ahora, enfrentado a la realidad, prefiere
construirse la suya propia mientras se emborracha en un bar.
Finalmente,
el género rompió sus códigos y sus barreras y desapareció como tal, enfrentado
a nuevos tiempos que ya no aceptarían historias tan codificadas y cerradas, tan
transparentes y ejemplares. Pero hoy en día, cuando nos muestran un callejón
oscuro, una avenida nocturna llena de niebla, una casa antigua llena de
claroscuros, una persiana bajada por la que entra la luz, una pistola empuñada
en la oscuridad, un criminal que cree poder convertirse en una leyenda o un
detective desencantado de la vida, el cine negro parece volver a la vida. O
quizás nunca murió, superó a todos los héroes y villanos, que, o se mataron
entre ellos, o se hicieron viejos y recordaron aquellos años felices como la
época de los policías y gángsters,
como la época dorada del cine negro.