lunes, 16 de abril de 2012

Los Intocables de Brian de Palma



En los años 30, el cine criminal de Hollywood seguía cierta tendencia consistente en poner de protagonista al mafioso, al tipo malo y su vida de crimen, haciendo piruetas morales entre lo que estaba bien y lo que estaba mal pero, joder, te hacía vivir muy bien. Scarface, de Howard Hawks, resume perfectamente todo lo que hemos sintetizado en estas primeras lineas.
Brian de Palma tiene una genial película llamada Scarface y protagonizada por Al Pacino, que viene a ser un remake manierista del film de mafioso de los años 30.

En los años 30, el cine criminal de Hollywood seguía cierta-otra tendencia consistente en poner de protagonista al agente del FBI, al policía honrado, a la ley, en pocas palabras; todo este personal (o este héroe solitario increíblemente moral) se enfrentaba a los criminales (que eran MUY MALVADOS Y AMORALES) y, evidentemente, ganaba, bebía champán al final y the end. Hay una serie clásica norteamericana, Los intocables, que resume perfectamente todo lo que hemos sintetizado en estas segundas líneas.
Brian de Palma tiene una película llamada Los intocables.

No hace falta pensar mucho más para deducir por dónde vamos: uno de los enfants terribles del nuevo Hollywood, después de rendir su particular homenaje al gángster, se lo rinde a las fuerzas de la ley. Y vaya si se lo rinde.
De Palma es puro manierismo, tengámoslo en cuenta; su cine es reciclaje, re-reciclaje, pastiche, mezcla, reinterpretación... de clásicos americanos u de otros lares, pero también es pasión personal, desmesura, amor por la imagen y esteticismo brutal. Todo esto es lo que nos encontramos en Los intocables, pura forma audiovisual.



En la investigación de Elliott Ness, de Kevin Costner, junto con sus "intocables" (Sean Connery, el "viejo experimentado" o Andy García, el "joven prometedor", entre otros) encontramos claros ecos de Griffith (esas escenas con la madre y la hija, intercaladas con persecuciones de alta tensión), el gusto por el detalle de Hitchcock, una genial reinterpretación de las escaleras de Odessa de Eisenstein (esta escena debe ser vista para ser creída)... y ayuda a todo este mapa de influencias claras el hecho de que estemos ante un film bastante episódico: ahora en una cabaña en el campo que recuerda a las películas del Oeste (no deja de ser curioso que Morricone se encargue de la brillante banda sonora), ahora una escena de juicio, ahora una persecución por los tejados... cada fragmento tiene entidad propia, y funciona por sí mismo, especialmente en cuanto a lo plástico se refiere.

Porque Los intocables es, ante todo, imagen. De Palma, además de mostrar sus influencias, es un gran creador de formas y autor y en su estrategia no entra el naturalismo del Hollywood clásico, sino los cuadros exacerbados de los manieristas. Travellings de larga duración, picados y contrapicados violentos, cromatismo exagerado (el rojo, que ya marcaba al mafioso de Scarface, vuelve aquí para instalarse alrededor de Robert de Niro-Al Capone y su opulenta vivienda)... Así pues, el director se lanza a una reescritura estética del clasicismo gangsteriano, operación muy frecuente en él, como hemos ido viendo.

No comentamos mucho el contenido porque no es esencialmente innovador: el dramaturgo David Mamet escribe un guión que respira puro clasicismo, con personajes claramente delimitados que lógicamente deberán hacer frente a una evolución a lo largo del film; pero no nos engañemos: los buenos son los buenos y los malos son los malos.

La trama, al menos para nosotros, aunque bien escrita y con gran intención, se acabará diluyendo entre tanta forma; esto es lógico y normal, ya que no tiene mucho sentido (aunque se siga haciendo, con resultados cada vez más desnaturalizados) volver a contar de la misma manera la misma historia de "fuerzas de la ley contra gángsters". Brian de Palma la hace pasar por su personal filtro plástico, y qué queréis que os diga, lo hace con bastante éxito.

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